Sepa usted, Garredo, que Ojeda es el hombre más valiente que yo haya conocido. Ojeda tiene pelotas, sabe. ¡Pero pelotas en serio! Es un batallador de mil batallas, capaz de matar a su madre, y más también, si es que hay algo peor que matar a una madre. Y no es de joder. Tiene eso Ojeda. El que se le cruza por el camino, pobre de él: lo desparrama, y sin arrepentimiento. Visceral es Ojeda, créame. Un hombre sanguíneo, que no se anda con vueltas. A Ojeda le importa un carajo andarse con prolegómenos, castiga si es necesario y punto. ¿Usted le ha visto la suela? Flor de calzada lleva. ¡Cuarenta y siete!, dicen. Pata ancha, cara ancha, surcos en la piel y mocho los dedos tiene Ojeda. ¿Y esos dientes! Imagínese si se le viene encima. Hace fules y todavía le piden disculpa.
De agarrarse a piñas, a montones tiene de esas. ¡Se ha peleado hasta contra un equipo entero! Él solo, sin ayuda de nadie.
Ojeda es guapo como nadie, Garredo. Con decirle que es capitán desde los seis años. De chiquito que tiene la cinta en el brazo. Ya de pibe se le notaba ese semblante de matón, prodigio para planchar grandotes y no estirarle ni siquiera la mano. Rompió rodillas que dio miedo, hasta cansarse, mire lo que le digo. Pero no se crea que eso era lo único que hacía. No, esa era una característica de su juego, importante, sí, pero Ojeda era más que eso. Usted no me va a creer, pero hasta era de gambetear. Tenía que verlo en sus años mozos, la tiraba para adelante y a los manotazos se sacaba gente de encima. ¡No le hacía falta mover la cintura! Amagaba con una piña y los contrarios pasaban de largo. Hizo goles de antología, no se crea. Le recuerdo algunos arrancando de atrás de mitad de cancha. No, si usted lo hubiese visto en esa época... Tenía la misma mirada asesina que ahora, en eso no hay diferencias.
Este hombre siempre fue de bancar la parada. De Tapiales lo sacaron entre veinte o más, con las manos ensangrentadas de tanta biaba que había dado. Imagínese: tipos grandes, llorando, pidiéndole que la parara. Cuando el equipo de Ojeda no ganaba, había quilombo seguro.
Una vez en Barracas lo enfrentaron a cuchillo. Le juro que no se achicó en lo más mínimo. Ahí tiene, mayor prueba que esa quiere, Garredo. Ojeda aquella vez se la bancó a mano limpia, él solito.
Con ese cogote y esas manos, qué quiere usted también, Garredo. Y feo. Encima, es feo. Eso amedrenta, qué le parece. Vio que los feos dan más miedo que los lindos. No sé, cuestión de imagen. Porque no por feo uno debería ser más guapo. Pero observe bien; mire bien y se va a dar cuenta que los fuleros asustan más. Y Ojeda, entre nosotros, que no se le escape, si hay algo que tiene es una cara que espanta. Eso también lo ayuda. Igual es guapo-guapo. Buen jugador, no sé. Aunque en mi equipo lo quiero. Ah, eso sí; a mí deme uno como Ojeda y le peleo cualquier campeonato.
El tipo es una bestia humana, qué quiere que le diga, Garredo. Si tiene que matar a uno, lo mata. No hay quien le diga ni media palabra de más. Ojeda se hace respetar adonde vaya. Tiene fuego, es aguerrido. Lo escudriñe al rival con esa mirada exaltada y eso le revuelve las tripas a cualquiera. No le digo yo el respeto que infunde. Es de poner la pierna donde todos la sacan. ¿O no ha visto cómo surca la cancha, de tan a fondo que va? ¡Ahuyenta hasta al más valiente, cuando pone de punta los tapones de esas suelazas!
Pero sí, se lo reconozco, Garredo, en algo tiene usted mucha razón: cuando hay que patear un penal, Ojeda se caga todo.